Wednesday, July 18, 2012

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS...

Desde la ventana de un casucho viejo,
abierto en verano, cerrado en invierno,
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello,
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo...
Baja la caveza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros
sin mas nota alegre sobre el traje negro,
que la beca roja que ciñe su cuello
y que por la espalda, casi roza el suelo...
Un seminarista entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto,
la negra sotana dibuja su cuerpo,
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
El solo, a hurtadillas, y con el recelo
de que sus miradas observan los clerigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello.
La mira muy fijo, con mirar intenso,
y siempre que pasa el deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros...
Monotono y tardo, va pasando el tiempo,
y muere el estio, y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno,
desde la ventana del casucho viejo,
siempre sola y triste, rezando y cosiendo,
una salmantina de rubio cabello,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo,
pero no ve a todos, ve solo a uno de ellos,
el seminarista de los ojos negros...
Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo,
en vez de sotana sus dulces arreos...
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece dicirle: "Te quiero, te quiero!!
yo no he de ser cura!!  yo no puedo serlo!!
si yo no soy tuyo, me muero!!  me muero!!''
A la niña entonces, se le oprime el pecho,
la labor suspende, y olvida los rezos,
y ya vive solo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros...
En una lluviosa mañana de invierno,
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyo tristes canticos, y funebres rezos,
por la angosta calle pasaba un entierro,
un seminarista sin duda era el muerto,
pues cuatro llevaban en hombros el feretro,
con la beca roja encima cubierto
y sobre la beca, el bonete negro...
Con sus voces roncas, cantaban los clerigos,
los seminaristas iban en silencio,
siempre en las dos filas, hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo...
La niña angustiada miraba el cortejo,
los conoce a todos, a fuerza de verlos,
solo uno... Uno solo faltaba entre ellos!!
el seminarista de los ojos negros...
Corrieron los años, paso mucho tiempo,
y alla en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa, y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminarsitas que van de paseo...
La labor suspende, los mira, y al verlos,
sus ojos azules ya tristes y muertos,
vierten silenciosas lagrimas de hielo...
Sola, vieja y triste, aun guarda el recuerdo,
del seminarista de los ojos negros...
 

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